A veces se utilizan para redefinir algún aspecto concreto de la cara, como la nariz o los labios, pero, en muchas otras ocasiones, los implantes faciales no buscan reparar sino ofrecer una mejora global de la armonía en el rostro. Mediante la introducción de estos dispositivos subcutáneos, esta técnica quirúrgica con implantes faciales puede redefinir contornos en mandíbula, mentón y pómulos y embellecer la imagen dotándola de un mayor equilibrio estético.
Para poder someterse a este tratamiento de implantes faciales es necesario cumplir una serie de requisitos físicos como un rostro completamente desarrollado, que presente asimetrías, insuficiencia de desarrollo o malformaciones en algunas zonas o que sufra una reducción evidente de los volúmenes faciales fruto de la edad. Desde el punto de vista psicológico, y dejando al margen del complejo que estas alteraciones pueden causar en los pacientes, también es importante partir de expectativas realistas y del pleno conocimiento de las implicaciones de esta intervención con implantes faciales.
Según cada caso, el cirujan@ decidirá qué tipo de prótesis son más apropiadas. En términos generales, los implantes faciales de pómulos permiten conseguir un rostro con más ángulos, menos plano y claramente rejuvenecido. Los implantes faciales de barbilla facilitan tanto la corrección de defectos congénitos o secuelas de traumatismos como el rediseño del perfil facial. Y, a menudo, se complementan con otros procedimientos como la rinoplastia. Los implantes faciales de tipo paranasal y premaxilar se utilizan en la zona nasal para restaurar la armonía cuando la nariz es plana o demasiado pequeña y desproporcionada para el rostro.
Los implantes faciales pueden considerarse la opción más adecuada para redefinir la estructura ósea de forma permanente. Son capaces de restablecer el volumen de tejidos duros y huesos y de aportar unos pómulos prominentes, un mentón definido y un ángulo mandibular adecuado con resultados durables en el tiempo. Además, gracias a los avances tecnológicos de hoy en día, los implantes faciales son productos de ingeniería de altísima calidad que hacen posible diseños anatómicamente perfectos.
Como efectos secundarios en el empleo de implantes faciales se incluyen las molestias de carácter temporal, la inflamación o la equimosis moderada, todos ellos perfectamente corregibles. La infección o ruptura de la prótesis, sin embargo, son alteraciones muy poco habituales y el rechazo se considera una posibilidad extremadamente rara. Es decir, dentro de los riesgos inherentes a cualquier cirugía, se trata de una técnica mínimamente invasiva, que procede con carácter ambulatorio y que aporta una gran satisfacción a los pacientes.
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